miércoles, 25 de agosto de 2010

Sesión 5 del relato 2: Solipsismo


Casi rebotó en la cama. La misma pesadilla desde hacía un año y siempre igual, la misma escena, la misma tensión y Jorge despertó a su mujer.
-Talía, ¡tengo que acabar la novela mañana!
-¿Pero qué dices? Déjame dormir, que estoy…
-No, despierta, estoy mal, ¿no lo entiendes?
-Duérmete, que no pasa…
-¡Talía! Que tienes que ayudarme.
-¿En que te tengo que qué?
-La novela, mujer… ayúdame.
-Mañana tengo curro, ¿Por qué no cierras lo ojos un…?
Su mujer se quedó profundamente dormida. Jorge intentó despertarla varias veces, pero ya no hubo ningún remedio. Su boca espumeaba saliva y desde el fondo desde su garganta se escuchaban sus entrañas. 
-Me quiero divorciar. No me amas, no te importa lo que me ocurra, nunca me quieres ayudar-él esperó una respuesta, ella roncaba.

Se exasperó, seguramente se estuviera haciendo la dormida y ahora, tendría que relajarse sólo. Cabizbajo, subió al ático, y del escritorio sacó una botella de Johnny Walker. Le pegó un buen trago.  La soledad era el hilo conductor de todas sus novelas y él sabía bien porqué. Jamás, nadie, le había apoyado en sus decisiones y, menos, con la de ser escritor. Pero pensó, que quizás ése fuera su destino, ser el artista atormentado, borde y solitario que padece la vida, y que tiene el mundo siempre yendo en su contra, ¿era ésa la clave? Otro trago y dos gotitas se deslizaron por su pecho. Y con sesenta años, escribiría una novela por semana, llena de dolor y de sufrimiento, acerca de un hombre incapaz de aceptar la realidad. Dos buenos tragos y medio más. Pero en la última novela, que escribiría en su lecho de muerte, puede que a ese hombre le sucediese algo, algo horrible, y se arrepintiese de su vida, y que finalmente decidiese cambiar. Jorge siguió bebiendo y con un cuarto de litro de whisky recorriéndole las venas, recordó su pesadilla. Los escalofríos se apoderaron de sus pensamientos. Quizá el editor le esperaba ahora detrás de la puerta, con un cuchillo. Apretó la botella con fuerza. Le abriría primero el pecho, otro trago, después el abdomen, dos tragos más, y finalmente la cabeza, dos y medio. Y dentro de su cuerpo encontraría todas las novelas escritas y por escribir de Jorge. El último trago y corrió escaleras abajo. Se escurrió entre las sabanas, con su mujer.
-Cariño, ¿estás despierta?
-¿Eh?
-Sólo quería decirte que, bueno, a pesar de todo, creo que podemos estar mucho tiempo juntos, ¿no?
-Claro…
-Es que a veces siento que no estás hecha para mí…y que debería dejarte.
-Pero, ¿qué hora es?, ¿Por qué me dices eso?
-Lo he estado pensado, creo que no me apoyas lo suficiente y que…
-Pero ¡qué!-su mujer le interrumpió-¡hueles a alcohol!
-¡Es que me sentía mal!, por mi pesadilla.
-Es sólo una pesadilla, Jorge, yo no puedo estar detrás de ti también en los sueños.
-¡Sólo te he pedido ayuda para la novela!
Talía se revolvió murmurando entre las sábanas. Su enfado casi se olía en el ambiente y la razón; seguramente, por el hecho de que la habían despertado. Jorge se encogió y le dio la espalda. Ella era así de simple, él así de profundo. Y en el eminente silencio, los intestinos de él resonaron en la habitación. Carraspeó. Apretó el abdomen. Y, como si se tratara de un globo, fue soltando el gas, poco a poco.
-¿En serio?
-¿Qué?
-¿Eso es un pedo?
-No…
-Joder, que cochinada.
-Es natural…
-Ya está, me voy a leer tu puta novela
Asió las sábanas y, como pegándole, las arrojó con fuerza sobre la cama. Y cuando ya estaba fuera de la habitación, Jorge ventiló las sábanas e inspiró aquella pestilencia,  orgulloso, pero también con algo de autocompasión. E inundado en su propia miasma, se fue quedando mansamente dormido.

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