martes, 6 de enero de 2009

Cafés y descafeinados

Hace no más de dos días que sucedió. Como introducción de este breve relato me remitiré a las leyes aristotélicas de argumentación:
Quis Mi madre, mi padre, Fabian, Maite y yo
Quid Cafés
Quando Hace dos días
Quemadmodum Con dos recipiente
Ubi En mi casa
Cur Unos tienen la teoría de que la causa principal fue la curiosidad de mi madre, otros su despiste
Quibus auxiliis Espero que mi madre no utilizara ningún medio
De esta forma suena hasta más gracioso. Bueno, y, creo que, el de verdad también lo fue. Al menos hice reír a alguien. A un gran alguien.
Todo empezó por la mañana. Mi despertador estuvo sonando durante horas. Pero, en mi cama, las sabanas estaban incluso más iqnuietas que yo. Las horas pasaban y, poco a poco, la luz ascendía por las montañas hasta atravesar los cristales del balcón.
Ya, bien entrada la mañana, me di cuenta de que mi hermano no había hecho su aparición cotidiana para dar vida al queridísimo y adoradísimo WIFI que duerme apagado junto a mi cama. Miré el reloj y eran ya casi las doce. ¿Y mi hermano?
Bajé, entre bostezos y estiramientos varios, al salón. Ahí estaba mi hermano, en el oscuro salón, tumbado en el sofá, con los ojos entornados, con un café en mano... "¡Estamos perros, ehhh!"
El aroma del café, me hizo pensar "¡Mmmmn...Quiero café!"
Salí al tinao y dejé que por unos segundo el sol hiciera el efecto que hace en mí todas las mañanas "¡Coño, cómo brilla el sol hoy!" Avancé a la cocina con el entrecejo fruncido. Nada más abrir la puerta de la cocina encontré a mi padre, en una de las mecedoras, con, cómo no, un café. "¡Mmmm, café!" "Buenos días café... digo... Rosa" "¿Hay café?" "Tienes que hacértelo, café, digo... Rosa" Y mientras preparaba el café mi padre me hablaba acerca del efecto somnoliento de los antibióticos que se estaba tomando. Esto fue más o menos lo que entendí: "Koffie, sueño, koffie, pastillas, koffie, sueño, pastillas, médico... tengo que ir al pueblo, no queda café descafeinado" Al salir esta última palabra de los labios de mi padre, mi padre y yo no pudimos evitar estremecernos. Seguidamente el café empezó a burbujear y mi madre hizo su aparición por la cocina. "¡Buenos días!" "¿Quieres café?" "No gracias, ya sabes que tu madre lo toma descafeinado" "¿Seguro? Café, a la una, a las dos, a las tres"
Mi madre se negó en rotundo y encendió su propia cafetera. Mientras yo leía mi periódico del domingo, sí, el lunes, mi madre y mi padre, discutían acerca de la compra y acerca de lo que faltaba en la despensa. "No, es que yo creo que la última vez que hiciste la compra, ¿cuándo fue? el sábado ¿no?, la hiciste tremendamente mal. Es que no queda café... de ese... del descafeinado ese que tomas tú" "Pues... no sé, Berend, la verdad es que no me acuerdo"
Mi padre, entre refunfuños y quejidos, decidió bajar al pueblo. "Adios" Quise despedirme, pero su velocidad y mi no velocidad me lo impidieron, "café, café, café".
Tras dos tazas de café, empecé a pensar que realmente estaba algo cansada. "Mam ¿a qué hora me acosté?" "Temprano, creo, porque te fuistes poco antes que yo a dormir"
Después de una charla con mi madre. Me dispuse a ir a la habitación para leer, cómo no, en la cama.
Tras un rato intentando fijar la vista en las pequeñas letras de un regalo de Navidad, " Las aventuras del buen soldado Svejk", empecé a preguntarme el porqué de mi somnolencia. Hice calculo de mis horas de sueño, "diez, nada". De mis actividades físicas, "no, eso no puede ser, nada". De posibles sustancias ingeridas, "no tampoco". "¿Por qué será que me invade el sueño?"
Fue en ese momento en que, al estilo dibujos animados, por mi cabez pasaron primero, escenas de ese día y del anterior. "Que raro, yo pensaba que el bote de café con cafeina estaba vacío, lo ha, lo ha, rellenado ¿mamá?... qué extraño..." "Hiciste la compra del sábado mal, no queda descafeinado" "Estamos perros, eh" " Las pastillas, koffie, efecto somnoliento" "Qué sueño" "Mi cama" "Café, café, café, cafééééééééé"
Sí, en efecto, eso fue lo que pasó. Mi madre, la responsable, mis hermanos y mi padre, los afectados. Una vez resueltas las Q aristotélicas, la familia Vroom fue feliz, sin sueño y con cafeina...

1 comentario:

Luna dijo...

Jajajj, me he reido tanto como cuando me lo contaste en persona. Me encanta. Gracias por hacerme reir otra vez :) Brillantes tus deducciones a lo Sherlock Holmes, y una narración a la altura de Agatha Christie.
Besos descafeinados.