martes, 22 de julio de 2008

Hacinado


Aire abrió los ojos sigilosamente. La habitación estaba a oscuras. Por un momento dudó de que fuera aun de noche, pero en seguida recordó haber bajado las persianas el día anterior. Tornó la cabeza y miró la hora en el pequeño despertador digital de su mesilla. “Las siete y media”. Aunque trabajaba en casa para una revista semanal, procuraba despertarse temprano. Ese día intentó levantarse, pero no pudo. Le gustaba remolonear en la cama hasta el último segundo. Cuando Juan aun vivía en el piso no podía hacerlo. Él se enfadaba con ella. Acostumbraba a desayunar en compañía y hacia lo posible para arrastrarla hasta a la cocina. Aire siempre recordaba esas mañanas odiosas, ahí, sentada en los taburetes fríos con el café hirviendo en las manos y la conversación casi ininteligible de un hombre que ni siquiera amaba. Ahora, no, ahora se tomaba las mañanas a su ritmo. Nadie que la estorbara, nadie que se enfureciera, todo era perfecto. Aunque se sentía un poco sola. Cuando dieron las ocho, Aire ya había holgazaneado lo suficiente. Se levantó y encendió la cafetera. Fue al baño y encendió el grifo de la ducha. “Mierda, se gastó ayer”pensó algo hastiada. Cogió el cabezal y se echó un par de gotitas y jabón e hizo un amago de restregárselo por todo el cuerpo. “Está helada”. Antes era Juan el que se ocupaba de traer las bombonas a casa. Ahora, Aire, cada vez que recordaba la ausencia del ascensor en aquel bloque, sentía una pereza ingente. Tras asear y secar algo sus escuálidos miembros, se dirigió a la cocina con la bata puesta. El crujido del suelo de madera sonaba muy fuerte. A duras penas se oía el hervir de la cafetera. “Crac, crac, crac” Sin embargo, entre estos estridentes sonidos pudo oír algo más. No era la madera, no era la cafetera ¿qué era? Sonaba agudo y, a su vez, algo melódico. Se puso nerviosa. Miró a su alrededor. No vio nada. Fue entornando lentamente todas las puertas que daban al pasillo; la puerta de la habitación de Juan, la puerta del baño, la puerta de su habitación, la puerta de la niña… “Nada, ¿de dónde viene ese sonido?” En ese momento dejó oírse y recordó que había dejado la cafetera funcionando. Se apresuró, pero torpemente tropezó con la cuerda de la bata. Cayó de lado con la oreja puesta sobre el suelo. Fue en ese instante cuando descubrió de dónde procedía el sonido; la vecina estaba llorando. Se estremeció y quiso no haberlo oído. Quiso volver atrás en el tiempo y haber remoloneado más en la cama. Hoy sin duda no era su día. Después de haberse echado el café quemado en su taza preferida, encendió el viejo televisor de la cocina. Le pareció oír un golpe abajo y apagó el televisor, “¿Qué estará pasando? Creo que la que vive debajo de mí es la mujer de los pelos rojos y rizados. Sí, es ella. Su marido es el hombre de la boina marrón, ese tan antipático que saluda cabizbajo. Ella es muy callada y muy introvertida, pero es más simpática, más afable, yo diría que si la conociera me caería muy bien. Pero no los conozco. De hecho, creo que no conozco a ninguno de mis vecinos. Bueno, con la presidenta he tenido más pláticas. Debería quedar con ellos y quizá hasta conocer sus vidas. Da miedo, viven a un palmo de mi cama, y no sé quienes son. ¿Y si algún día necesitan mi ayuda? Por supuesto, está claro que de niñera no sería, porque me conozco y sé bien que los niños no se me dan bien” Sus pensamientos se interrumpieron con nuevos golpes. “Esta vez ha sido más fuerte. Quizá la pelirroja este cambiando de lugar los sofás. A mí me pasa. Me gusta cambiar de vez en cuando la disposición del salón” El sonido era cada vez más fuerte “¡BUM, BUM! y esta vez acompañado de gritos “Quizá no deba entrometerme, encenderé la tele” Aire fue subiendo progresivamente el volumen del aparato. Intentó dejar de escucharlo, pero no pudo, ya lo oía incluso en sus pensamientos “Voy a bajar. No, no debo. ¿Pero y si el hombre antipático de la boina marrón le está pegando y ella no puede defenderse? No digas tonterías. Si la mujer parece fuerte, de hecho, mis flácidos y macilentos brazos no serían de gran ayuda. Sí, estos brazos míos tan horribles, tan llenos de pellejos, tan arrugados” Aire sintió algo de ansiedad. Decidió apagar el televisor y taparse lo oídos. Poco a poco sentía que se deslizaba hacia el suelo “No, no, no… Pobre mujer, tan lejos y tan cerca de ayuda. Cuando yo era pequeña, las cosas no eran así. ¡Díos! me parezco a mi madre hablando “Cuando yo era joven…bla bla… Pero…creo que tengo algo de razón. Sí, tengo razón. La sociedad ha cambiado. Nos encontramos en un camino desamparado hacia la deshumanización. Quizá pueda escribir un artículo acerca de esto. Sí, creo que lo haré” Todo aquello había provocado en Aire una turbación que apenas la dejaba levantarse. Se arrastró hacia el portátil y comenzó a escribir: “Cuando Zygmunt Bauman en “Modernidad Líquida y Fragilidad Humana” habla de una sociedad líquida, intenta dar cuenta de lo precario de los vínculos humanos en una nueva sociedad individualista y privatizada, marcada por el carácter transitorio y volátil de sus relaciones. Y ahora os pregunto lectores: ¿Qué tipo de relaciones tienen ustedes con vuestros vecinos?” Aire se detuvo unos segundos observando aquella creación en aquella pantalla y reparó en el hecho de que los golpes habían cesado y los gritos se habían trasformado en pequeñas vibraciones sobre el parquet. “¿Se habrá cansado el hombre antipático de boina marrón de atizar a la pobre mujer pelirroja? Aire no te confundas, seguro que están moviendo los sofás, sí, seguro” y siguió escribiendo “Quizá sepáis sus nombres, los hijos que tienen y sus profesiones o en su defecto, el ruido que hacen, los menús que sofríen o lo sucias que dejan las escaleras. Agradecemos el silencio y la incomunicación para evitar todo tipo de infortunios. Nos arracimamos en cuchitriles contiguos, pero defendiendo siempre nuestra intimidad y nuestra soledad. Solos, pero conformes” Los pensamientos de Aire fueron interrumpidos una vez más. Los murmullos se transformaron en llantos. “Yo también lloro cuando me salen las cosas mal” Nuevos golpes, esta vez más fuertes. “No, no puede ser, esto es insufrible, pobre mujer. Que no, Aire, que son paranoias, no lo pienses más” El tono de los gritos aumentaba progresivamente junto a la inquietud de Aire. “Se acabó, voy a bajar y si no llamó a protección”. Enfurecida cogió las llaves y el móvil y abrió con brusquedad la puerta. Dio un paso y se encontró a una conocida criaturita de poco más de un metro. “Hola mamá. Papá me ha llevado hasta aquí, pero tenías que recogerme, ¿lo recuerdas?” “¡Cariño, es verdad, se me había olvidado!” “Estoy triste, no me quieres”, “No cielo, pasa, que tengo galletas de las que te gusta en nuestra cocina”


3 comentarios:

Pablo Herrera dijo...

Me ha gustado mucho Rosa,

me gusta como has plasmado el mundo interior de Aire y me encanta su nombre ^_^, y además con crítica ^^ genial,

(he visto dos faltitas de ortografía, ten cuidaíto con ellas por la cuenta que te trae)

Me ha encantado :D

Álvaro dijo...

Y la mujer seguiría llorando por la esperanza vacía de unas galletas...Tus relatos me impactan mucho...

Álvaro.

Anónimo dijo...

La caída de esa mujer en el suelo al tropezar y esa oreja pegada a ese suelo escuxando a la pobre vecina... GENIAL!!! me a recordado a Amelie esa caida... pero has tocado un tema que tengo como pilar en mi vida y con bauman todo se vio más claro y con erich fromm tb.. Es cierto y lo sabes y de exo lo escribes pa q quede sellado de algun modo... Que me llamen rara pero a mi me gusta observar la vida de los demás. basitos bixo!!